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Él ejercito penal del Zar

2023-12-30
Tiempo de lectura: 6 min

“Llevaba cuatro años y medio en la colonia (prisión) cuando Wagner vino a reclutarnos. Organizaron un espectáculo, llegaron en un helicóptero Mi-8 negro que aterrizó en el parking y condujeron hasta el territorio de la colonia en coches y armados. Les quitaron el móvil a los guardias, apagaron las cámaras y los portátiles. Se llevaron las grabadoras, lo bloquearon todo. Prometieron indultos y salarios de 200-300.000 rublos al mes. Nos dijeron que seríamos una unidad de asalto, que solo un 20% o un 30% de nosotros volvería con vida. Y que estaban buscando bandidos, ladrones y asesinos. Los talentos criminales mas graves. Nos dijeron que tendríamos la oportunidad de hacer todo aquello por lo que fuimos enviados a prisión”. Este es el relato de Mikahil Pavlov, uno de los presos que fue reclutado por Wagner pero que desertó una vez en Ucrania y que ahora combate con los ucranianos.

El reclutamiento de presos no es nada nuevo en Rusia, durante la Segunda Guerra Mundial, un millón de presos, excepto los condenados por motivos “políticos” y por “bandolerismo”, fueron incorporados al Ejercito Rojo. Aunque, sin duda, la unidad penal mas conocida e infame fue el batallón penal (renombrado como división de granaderos de las SS, pero cuyos efectivos no superaban el tamaño de una brigada) comandado por Oskar Dirlewanger, que cometió toda clase de crímenes de guerra, sobre todo durante la insurrección de Varsovia en 1944. Cuando empezó la invasión rusa en febrero de 2022, Zelenski decidió liberar a los presos con experiencia militar para que se uniesen a la lucha contra las fuerzas rusas, una medida fue muy criticada entonces por parte de los propagandistas del Kremlin que acusaron a los ucranianos de “armar criminales”. Pero, como se ha repetido una y otra vez a lo largo de toda esta guerra, todo de lo que Rusia acusa a Ucrania, el Kremlin lo hace multiplicado por mil. Si alguien ha armado a criminales a unos niveles nunca vistos, ha sido el ejército de la Federación Rusa.

De hecho, el modelo “Dirlewanger” encontró un nuevo organizador en Yevgeny Prigozhin, comandante del “Grupo Wagner”. Prigozhin conocía muy bien el sistema penal ruso porque, antes de convertirse en un hombre de confianza de Vladimir Putin, fue condenado a 13 años de cárcel por robo y hurto, y pasó nueve años entre rejas. Prigozhin reclutó decenas de miles de presos y los empleó en ataques en masa casi suicidas contra Bakhmut, su mayor victoria, pero que desangró a su ejército privado y le enfrentó al mando del ejército ruso. Las cifras más conservadoras estiman que unos 50.000 presos fueron reclutados por el grupo Wagner y posteriormente otros 15.000 por el Ministerio de Defensa, que ha tomado el relevo tras el “motín” de Wagner y el asesinato de Prigozhin, cuya muerte, según ha publicado esta misma semana el Wall Street Journal citando fuentes de inteligencia occidentales, fue orquestada por Nikolay Patrushev, secretario del Consejo de Seguridad de Rusia.

En abril, Ucrania presentó unos documentos capturados que detallaban la organización de las unidades penales rusas, denominadas “Storm-Z”, en las que además de los convictos reclutados se encuentran también los soldados que han cometido delitos disciplinarios como la deserción, la embriaguez o la desobediencia. Ucrania cifra su número en más de 150.000 hombres, muchos de ellos implicados en crímenes de guerra; el ministro del Interior de Ucrania, Ihor Klymenko, afirmó el pasado 22 de diciembre que la policía ha abierto más de 105.000 procedimientos penales por crímenes de guerra. En este sentido, cobra especial importancia la deserción de Igor Salikov, coronel del GRU ruso (servicio de inteligencia militar) e instructor de Wagner. Salikov, que ha servido en el Donbás desde 2014 y participado en la invasión, abandonó Rusia en junio de este año y voló a Países Bajos desde Sudáfrica. El antiguo coronel está dispuesto a testificar ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya sobre los crímenes de guerra que ha presenciado: “operaciones de falsa bandera” en Donbás, atrocidades contra civiles, torturas, ejecución de prisioneros de guerra y el secuestro de niños. Yurii Belousov, el principal fiscal ucraniano encargado de juzgar crímenes de guerra, ha confirmado la identidad de Salikov, ya que ha colaborado con su fiscalía durante más de seis meses: “Dio importantes testimonios, algunos de los cuales ya han sido confirmados, sobre la invasión del 24 de febrero de 2022. Denunció algunos crímenes de guerra, que estamos investigando, y algunos ya han sido confirmados”.  

Merece la pena mencionar algunos ejemplos para mostrar el tipo de presos que son reclutados para luchar en la “operación militar especial” y que, en algunos casos, han podido regresar a casa tras cumplir su servicio en Ucrania.

Denis Gorin, de Sajalín, fue condenado a una prisión de máxima seguridad en 2003 por asesinato y mutilación, pero fue puesto en libertad en 2010. Ese mismo año, volvió a matar, guardó el cadáver en su nevera y se lo comió. Con la ayuda de su hermano, Gorin volvió a matar en 2011 y en enero de 2012. En 2017, Gorin y su hermano fueron detenidos y condenados a 22 años de prisión. Sin embargo, el caníbal ni siquiera ha cumplido cinco años de su condena, ha sido indultado y ha resultado herido leve en Ucrania, en menos de un mes volverá a casa.

Nikolai Ogolobyak, de Yaroslavl, fue condenado a 20 años de prisión en 2010 por el asesinato ritual de cuatro adolescentes. Ogolobyak dirigía una secta satánica formada por menores que cometieron los crímenes como parte de un ritual de iniciación. Según los expedientes del primer crimen, las dos primeras víctimas fueron decapitadas y luego les arrancaron el corazón y la lengua para devorarlas. Tras ser reclutado para combatir en Ucrania, Ogolobyak resultó gravemente herido en combate y fue liberado en noviembre.

Vyacheslav Samoilov, de Arcángel, estranguló y descuartizó a su novia. Fue condenado a 9 años de prisión, pero sólo cumplió tres meses antes de ser enviado a Ucrania. Ahora está en libertad.

Tsyren-Dorzhi Tsyrenzhapov, de Siberia Oriental, estranguló a una joven de 18 años, la descuartizó y arrojó sus restos a un río. Condenado a 14 años, fue puesto en libertad tras cumplir condena en Ucrania. Es el principal sospechoso en un nuevo caso de asesinato.

Ivan Rossomakhin, de Kirov, asesinó a un hombre y fue condenado a 14 años en 2020. Tras regresar de Ucrania, mató a puñaladas a una mujer de 85 años.

En Rusia, la liberación de todos estos criminales ha causado indignación entre las familias de sus víctimas, que solo descubren que los asesinos han vuelto cuando ellos o sus vecinos se los encuentran por la calle o a través de las redes sociales, pero no hay límite moral que Moscú no esté dispuesto a cruzar con tal de conseguir carne de cañón para su “operación militar especial”. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, respondió a las críticas afirmando que “los criminales convictos, incluidos los criminales graves, pagan su crimen con sangre en el campo de batalla”, por lo que no habrá ningún cambio en el uso que los militares rusos hacen de los prisioneros.

Rusia ha sufrido varios reveses importantes en esta guerra: destrucción masiva de sus unidades acorazadas, lo que ha obligado a sacar de los cuarteles tanques de 60-70 años de antigüedad, como el T55 o el T62; la aviación rusa es incapaz de dominar los cielos a pesar de haber destruido las fuerzas aéreas ucranianas cuatro o cinco veces, según el Ministro de Defensa Shoigu; la armada rusa no controla el Mar Negro y sus bases son golpeadas una y otra vez; y victorias como la de Bajmut sólo llegan después de meses y miles de bajas. Sin embargo, Rusia sigue teniendo cañones y, sobre todo, carne de cañón. Esa es la única baza que puede permitir una victoria de Putin, siempre que Occidente deje de apoyar a Ucrania. Putin anunció este mes que el ejército ruso va a aumentar sus efectivos hasta 1,5 millones de soldados, un ejército para el ataque, y el presupuesto para la guerra crece. ¿Alguien cree todavía que el objetivo de esta invasión era el Donbás? ¿Qué Rusia se detendrá y no amenazará a países como Moldavia, Georgia o cualquier otro país donde haya una minoría rusa “oprimida”? ¿Qué no utilizará la guerra híbrida y cualquier otra arma para desestabilizar a sus vecinos? La guerra contra Ucrania no es sólo un conflicto regional, es algo mucho mayor. Si Occidente fracasa y deja tirados a los ucranianos, no pasará mucho tiempo antes de que comience un nuevo conflicto, cada vez más cercano y más amenazador, y su precio será mucho más alto que el que se está pagando ahora.

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