Hace un año, el ejército ruso iniciaba la invasión de Ucrania bajo el nombre de “operación militar especial”. Russia Today mostraba videos de soldados ucranianos rindiéndose y la mayoría de los analistas y expertos daban por seguro un paseo militar ruso. La Blitzkrieg rusa había destruido a toda la fuerza aérea ucraniana y las largas columnas Panzer avanzaban imparables sobre Kyiv. Todo iba según el manual y el expresidente Yanukovich salió de su cómodo retiro para volar a Minsk, en previsión de un cambio de poder en Ucrania. Sin embargo, algo salió mal. Los asaltos rusos no estuvieron bien coordinados como correspondía al segundo mejor ejército del mundo y pronto empezaron las complicaciones, como la derrota rusa en la toma del aeropuerto de Antonov, el fracaso en Odesa o la aniquilación de una unidad de antidisturbios que se dirigía a la capital. Pero, por encima de todo, el factor fundamental fue la resistencia ucraniana: los soldados no se rendían como decía la propaganda rusa, los “liberados” se enfrentaban a los “liberadores” y el presidente ucraniano Zelensky pidió munición y no huyó, incluso la extinta fuerza aérea ucraniana hacía frente a los cazas rusos sobre los cielos de la capital. A pesar de su rápido avance, los rusos no lograban ninguno de sus objetivos principales en su ofensiva. Se cumplía lo que había señalado el mayor Denis Prokopenko, comandante del regimiento “Azov”, en un informe presentado en diciembre de 2021 durante una reunión de los cuarteles generales de defensa de Ucrania. Prokopenko creía que el despliegue ruso era probablemente un “gran farol”, pero que de no ser así, “el enemigo va a atacar en direcciones vulnerables, que no están preparadas para la defensa debido a la ausencia de tropas y fortificaciones de ingeniería”, permitiendo un rápido avance, pero que a pesar de esta debilidad de la defensa ucraniana, “lucharemos hasta el final y no será, como los rusos imaginan, un paseo sencillo”. Tenía razón, los ucranianos se defendieron tenazmente, la Blitzkrieg se atascó y los rusos tuvieron que retirarse de Kyiv, Chernihiv y Sumy, dejando atrás pruebas de sus crímenes de guerra contra la población civil. Según los defensores del Kremlin, en realidad la gran ofensiva rusa había sido una maniobra de distracción para centrar el ataque en el Donbas y todo se desarrollaba de acuerdo con el manual. Desde luego, las derrotas también figuran en los manuales militares.
Prokopenko y Azov protagonizarían otra de las batallas más importantes de la guerra con la defensa de Mariupol, en la que hicieron frente a fuerzas muy superiores. Tras 82 días de asedio, los ucranianos se rindieron el 20 de mayo. Rusia anunció, por fin, una victoria, mientras los soldados chechenos posaban frente a la acería conquistada entre gritos de “Alá es grande”. Sin embargo, la dura realidad era que al mismo tiempo el ejército ucraniano expulsaba a los rusos con una ofensiva al norte de Kharkiv, la ciudad más grande del este de Ucrania, y alcanzaba la frontera con Rusia. A pesar de los posteriores y costosos éxitos rusos en el Donbas, la llegada del armamento occidental frenaría de nuevo la ofensiva rusa y cambiaría la iniciativa en la guerra. En noviembre, los ucranianos reconquistaban la ciudad de Kherson, la única capital regional tomada por Rusia, y recuperaban la mitad del territorio perdido desde febrero. La llegada del invierno y la movilización han dado paso a una nueva ofensiva rusa, más propia de la Primera Guerra Mundial, que se está estrellando en Bajmut.
En este año de guerra Rusia ha sufrido un enorme número de bajas entre sus soldados y oficiales (a fecha de 17 de febrero las bajas mínimas confirmadas eran de 1.820 oficiales muertos, entre ellos 10 generales, 53 coroneles y 123 tenientes coroneles), y ha perdido una gran cantidad de material militar, viéndose obligada a utilizar viejos carros de combate como los T-62 (las sanciones, si bien no han asfixiado la economía rusa como muchos esperaban, sí han afectado a su producción armamentística). Y también demasiadas humillaciones: el hundimiento del Movska, el buque insignia de la flota del Mar Negro; la retirada de la Isla de la Serpiente, presentada como un “gesto de buena voluntad”; la destrucción de un batallón blindado que cruzaba el río Siversky o, más recientemente, la destrucción de un batallón de soldados recién movilizados en Año Nuevo.
Tampoco hay que olvidar otro de los grandes fracasos de esta guerra, la expansión y el reforzamiento de la OTAN. Una de las principales razones esgrimidas por el Kremlin para su invasión fue impedir que la OTAN se acercase a sus fronteras incorporando a Ucrania. La guerra ha servido para que países históricamente neutrales, como Finlandia y Suecia, hayan solicitado su adhesión a la Alianza. Por otro lado, los países de la OTAN han aumentado significativamente su presupuesto militar y están ofreciendo ayuda militar a Ucrania, una ayuda que está siendo determinante en el campo de batalla. Si el objetivo de la guerra era alejar a la OTAN de sus fronteras, Rusia ha conseguido todo lo contrario.
A lo largo de este año el ejército ucraniano ha pasado de ser un ejército de tipo postsoviético a convertirse en un ejército OTAN. Sus soldados están siendo adiestrados en países occidentales y su armamento es muy superior al de sus enemigos rusos. Esta diferencia de calidad es cada vez mayor, puesto que cada vez hay menos restricciones a los tipos de armas entregados, sean carros de combate o aviones, y el mero peso de los números no parece suficiente para conseguir un cambio decisivo en el frente. Ya no estamos en la Segunda Guerra Mundial. Durante su discurso sobre el estado de la nación el pasado martes, Vladimir Putin afirmó que nadie puede derrotar al ejército ruso en el campo de batalla. Los ucranianos parecen empeñados en quitarle la razón, y si algo ha demostrado este año es que Rusia no puede ganar esta guerra.
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