Ni “desnazificación”, ni protección de las minorías, ni la OTAN… la invasión de Ucrania es una guerra de conquista. La amenaza existencial para Rusia es la existencia de un Estado ucraniano.
El 17 de septiembre de 1939, el Ejército Rojo atacaba Polonia desde el este sin encontrar casi oposición, puesto que el ejército polaco combatía la invasión alemana desde el oeste. Los soviéticos cumplían así lo acordado en el pacto Ribbentrop-Molotov y se repartían Polonia con los alemanes. Era una guerra de conquista, por supuesto, pero los propagandistas de Stalin lo presentaron como una operación “para proteger a la fraternal población bielorrusa y ucraniana”. La comunista española Dolores Ibarruri, la “Pasionaria”, exilada en la Unión Soviética por la derrota de la Republica en la Guerra Civil española, escribía como tantos otros propagandistas comunistas a favor de la “operación militar especial” soviética. Polonia era un régimen de terratenientes en el que millones de ucranianos, bielorrusos y judíos ni siquiera tenían el derecho de hablar libremente su idioma, y vivían en condiciones de parias. El gobierno polaco no representaba a su pueblo, sino a los intereses de los banqueros y grandes capitalistas de Londres y París, y esa era la razón por la que estos países habían declarado su apoyo a Polonia, que también constituía la punta de lanza desde la que el “imperialismo” podría atacar la Unión Soviética, “la patria del proletariado”. Como no podía ser de otro modo, un régimen tan abyecto también era culpable de todo tipo de crímenes y constituía una cárcel de pueblos, una República de campos de concentración, y su desaparición era la mejor noticia posible: Los trabajadores de todos los países han saludado con entusiasmo la acción liberadora del Ejército Rojo en el territorio del antiguo Estado de los terratenientes polacos.
Todo esto no era más que una sarta de burdas mentiras que servían para justificar la política imperialista de la Unión Soviética y del camarada Stalin, unas mentiras que los polacos tuvieron que soportar durante las más de cuatro décadas de la acción liberadora del Ejército Rojo. En los países dominados por Moscú este era el relato oficial, era la “Verdad” aunque todos sabían que no era más que propaganda. Las mentiras se vinieron abajo como un castillo de naipes tras la caída del telón de acero, pero, desgraciadamente, parece que muchos han olvidado esta lección de historia.
Mas de ochenta años después, la orgullosa heredera de la Unión Soviética invadió Ucrania en febrero de 2022. Las razones para la “operación militar especial” fueron propagadas a los cuatro vientos por las nuevas Pasionarias del Kremlin. En primer lugar, la “desnazificacion”, porque Ucrania es un régimen nazi; el hecho de su presidente Volodymyr Zelenski sea judío y que ganase con una amplia mayoría las elecciones democráticas en todo el país es irrelevante para la propaganda. Y ya no se trataba de un “Estado de terratenientes”, sino de oligarcas. El segundo motivo era la persecución, incluso el “genocidio”, contra los rusoparlantes que ni siquiera tenían el derecho de hablar libremente su idioma. Nadie se preguntó porque Rusia había permitido esta terrible situación durante ocho años ni porque, una vez “liberados”, los soldados de las repúblicas populares eran reclutados en masa, mal equipados y enviados a morir al frente como carne de cañón, como denunciaron los propios soldados y sus familiares. Estos argumentos, aunque se vuelven a citar de cuando en cuando, perdieron pronto vigencia en favor del argumento geopolítico. En realidad, Rusia no era el responsable de la guerra: el verdadero culpable era la OTAN.
Se repitió una y mil veces que la OTAN había firmado que nunca se expandiría hacia el Este para luego afirmar que era una promesa hecha a Gorbachov. Ni una cosa ni la otra, y lo cierto es que los países que estuvieron en la órbita soviética son los que más han querido entrar en la Alianza, cabría preguntarse el porqué. Ucrania iba a convertirse en la punta de lanza desde la que el “imperialismo estadounidense” podría atacar a la “santa madre Rusia”, por lo que la operación militar especial era en realidad una acción defensiva. La incorporación de Finlandia y la integración de Suecia en la OTAN deberían haber provocado una acción similar y, además del evidente fracaso para el régimen de Putin, restó credibilidad al argumento. Ha habido muchos otras “razones” para justificar la invasión, algunas de ellas muy imaginativas y otras completamente absurdas, pero que han encontrado en Occidente un público dispuesto a creerse cualquier cosa: Los bio-laboratorios nunca encontrados, los 300.000 mosquitos modificados que Rusia denuncio ante la ONU, los generales de la OTAN escondidos en Azovstal, los traficantes de armas libaneses, y un largo etcétera.
Estos argumentos, especialmente el de la agresión OTAN, se han repetido hasta la saciedad y han gozado de una gran aceptación, sin embargo, han sido los propios rusos los que han explicado cuál fue su verdadera motivación para invadir Ucrania, ya que también son conscientes de que digan lo que digan la propaganda seguirá su curso. El primero fue Putin, que en unas declaraciones públicas admitió que lo que realmente es importante para Rusia son sus conquistas territoriales: En lo que atañe a la negociación, se está intentando que renunciemos a esas conquistas que hemos conseguido en el último año y medio. Esto es imposible, todos saben que es imposible, lo saben los ucranianos, lo sabe la elite de Occidente, todos los saben. Tras la “desnazificación, la protección de las minorías y la OTAN, realmente estaban la conquista territorial y, si el ejercito ruso no hubiera fracasado estrepitosamente en los primeros meses de guerra, la instalación de un gobierno títere en Kyiv. Nada nuevo bajo el sol.
Pero, el mensaje más claro y sincero fue el que Dmitry Medvedev, expresidente y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, publicaba en su canal de Telegram: La existencia de Ucrania es mortalmente peligrosa para los ucranianos. Y no me refiero sólo al Estado actual, al régimen político de Bandera, sino a cualquiera… La presencia de un Estado independiente en territorios históricos rusos será un motivo constante para la reanudación de las hostilidades. Por eso la existencia de Ucrania es fatal para los ucranianos… Por mucho que se esfuercen por unirse a la UE y la OTAN. Al tener que elegir entre la vida y la muerte, la guerra sin fin, la gran mayoría de los ucranianos finalmente elegirá la vida. Comprenderán que la vida en un gran estado común es mucho mejor que la muerte. Sus muertes y la de sus seres queridos. Y cuanto antes se den cuenta los ucranianos de esto, mejor. Medvedev es famoso por algunas de sus declaraciones extremas, pero en este caso lo que dice sin tapujos es lo que Putin y sus propagandistas han repetido en muchas ocasiones, que Ucrania no existe y que es parte de Rusia. Por tanto, la amenaza existencial para Rusia es la existencia de un Estado ucraniano.
Cuando se habla de negociaciones es fundamental entender que es en realidad lo que quiere cada bando. Si para Rusia el objetivo final es la desaparición de Ucrania, cualquier tratado de paz sólo seria un paso intermedio en ese objetivo, para poder rearmarse y planificar una operación mejor, y no llevara a una paz real. Tenemos un caso muy parecido en Oriente Medio después de la masacre del 7 de octubre. Si el objetivo de Hamas es borrar a Israel de la faz de la tierra… ¿Qué se puede negociar con ellos? Sólo la realización de que ese objetivo es inalcanzable podría plantear la posibilidad real de algún tipo de negociación de paz, sin olvidar, desde luego, la destrucción y todos los crímenes de guerra de los “liberadores” rusos. Hasta entonces, la única opción posible es seguir apoyando a Ucrania en la defensa de su territorio y su libertad; la otra opción es mirar hacia otro lado, dar carta blanca al agresor y preguntarse: ¿Quién será el siguiente?
Photo: 93rd Mechanised Brigade Kholodnyi Yar/Facebook
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