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Ucrania NO ha prohibido el cristianismo

2024-09-11
Tiempo de lectura: 7 min
“Ucrania está prohibiendo el cristianismo”. Esta afirmación, que ha corrido como la pólvora por las redes sociales entre muchas cuentas al servicio del Kremlin, es completamente falsa.


El enfrentamiento entre el Estado ucraniano y la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú viene de lejos, y en los últimos meses se han producido distintos incidentes, como el registro de templos o la detención de personas vinculadas a la Iglesia por actividades de espionaje en favor de Rusia, que la propaganda rusa ha utilizado para presentar a los ucranianos como “anticristianos”. La prohibición de la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú tiene unas raíces profundas y para conocerlas hay que remontarse un siglo atrás, cuando los bolcheviques se hicieron con el poder en Rusia tras la revolución de octubre de 1917. 

Para el nuevo régimen comunista la Iglesia ortodoxa era un enemigo que destruir, por lo que las nuevas autoridades desataron una cruenta represión. Más de 1.200 sacerdotes ortodoxos fueron torturados y asesinados por los guardias rojos en los primeros años del gobierno soviético y las celebraciones religiosas fueron prohibidas al ser consideradas contrarrevolucionarias, incluida la Navidad, que fue prohibida oficialmente en 1918. El 22º Congreso del Partido Comunista, celebrado en abril de 1923, aprobó el inicio de una “campaña de agitación y propaganda antirreligiosa”, para la erradicación de las costumbres populares relacionadas con las tradiciones religiosas: El árbol de navidad fue declarado antisoviético, mientras que se crearon ceremonias civiles, en los que la estrella roja sustituyó a la cruz, para sustituir bautismos y funerales. En 1929 se eliminaron todos los días festivos religiosos con el eslogan “abajo los días festivos de la iglesia”.  

Muchas iglesias fueron destruidas o convertidas en establos, almacenes o incluso en “museos del ateísmo”. Por ejemplo, el famoso monasterio de las cuevas en Kyiv fue convertido en 1926 en un museo de propaganda antirreligiosa hasta que las cuevas fueron cerradas tres años más tarde; Santa Sofía fue convertida en un museo histórico en 1934 y el monasterio de San Miguel fue saqueado, parcialmente destruido y convertido en un centro administrativo en la década de 1930; la catedral católica de San Nicolás fue cerrada en 1938 y utilizada posteriormente por el NKVD. En 1941 sólo quedaban abiertas 500 iglesias, antes de la revolución había 54.000.

Las purgas estalinistas de los años treinta intensificaron la persecución religiosa, particularmente en Ucrania y Bielorrusia. La Iglesia Ortodoxa Autocéfala Ucraniana y su homónima bielorrusa ya habían sido prohibidas por ser consideradas nacionalistas a finales de la década de 1920, pero tras el Holodomor se desató una mayor represión que alcanzó a miles de sacerdotes y creyentes. Sólo en Bielorrusia, 2.000 sacerdotes fueron fusilados o enviados al Gulag. Por otro lado, la Iglesia Católica ucraniana cayó bajo dominio del Kremlin en 1939, tras la invasión soviética de Polonia en virtud del pacto Ribbentrop-Molotov. Antes de abandonar el territorio por la invasión alemana, en junio de 1941, los soviéticos asesinaron o deportaron a muchos sacerdotes católicos. Con el avance del Ejército Rojo sobre Ucrania occidental en 1944, el NKVD acabó con lo que quedaba de la Iglesia católica ucraniana, los que no fueron asesinados fueron obligados a subordinarse a la Iglesia ortodoxa rusa.

La Segunda Guerra Mundial marcó un cambio en la política soviética hacia la Iglesia ortodoxa rusa. La propaganda soviética empezó a apelar al patriotismo y a figuras históricas, hasta ese momento contrarrevolucionarias, para alentar la resistencia e hizo lo mismo con los sentimientos religiosos. El 4 de septiembre de 1943, Stalin celebró una recepción a la que asistieron el Patriarca en funciones, el Metropolitano Serguei, el Metropolitano Aleksei de Leningrado, y el Metropolitano Nikolai de Kiev y Galitzia. Los sacerdotes consiguieron el permiso de Stalin para convocar un Concilio de obispos que eligiera oficialmente al Patriarca de Moscú y de toda Rusia y formase un Santo Sínodo. El 8 de septiembre se reunió el Concilio y Serguei fue elegido Patriarca. El Concilio también hizo públicas dos declaraciones. La primera como agradecimiento al camarada Stalin: “Profundamente conmovidos por la actitud comprensiva de nuestro Líder nacional y Jefe del Gobierno Soviético, I. V. STALIN, hacia las necesidades de la Iglesia ortodoxa rusa y hacia nuestras modestas obras, nosotros, sus humildes servidores, expresamos al Gobierno la sincera gratitud de nuestro consejo y la alegre convicción de que, alentados por esta simpatía, redoblaremos nuestra parte de trabajo en la lucha nacional por la salvación de la patria”. Y otra condenatoria a los traidores de la Fe y la Patria: “Afirmamos esta condena y declaramos que cualquiera que sea culpable de traicionar la causa de la Iglesia y pasarse al bando del fascismo es enemigo de Cristo y es excomulgado, y si es obispo o clérigo es destituido de su cargo”.

Se dice que Stalin pidió al Patriarca que fuera a verle al Kremlin. El Patriarca se presentó ante Stalin vestido de traje, por lo que el líder comunista le preguntó: “¿A quién temes más, a Dios o a mí?” El Patriarca no supo que responder, así que Stalin prosiguió: “Me temes más a mí, por eso no has venido vestido de sacerdote”. Sea cierta esta historia o no, Stalin “restauró” a la Iglesia ortodoxa como un aliado del régimen y permitió las publicaciones religiosas y la reapertura de seminarios y de miles de iglesias, hasta 22.000 antes de la llegada de Jruschov al poder. En 1959 Nikita Jrushchov inició una nueva campaña antirreligiosa que llevó al cierre de muchas iglesias (en 1975 sólo estaban abiertas 7.000), al encarcelamiento de algunos sacerdotes y a la renuncia de muchos más. Esto propicio un clero más obediente al Estado y completamente infiltrado por el KGB, convirtiendo a la Iglesia ortodoxa en un apéndice más del régimen soviético. En palabras de Konstantin Kharchev, presidente del Consejo Soviético para Asuntos Religiosos: “Ni un solo candidato para el cargo de obispo o cualquier otro cargo de alto rango, y mucho menos un miembro del Santo Sínodo, pasó sin confirmación del Comité Central del PCUS y de la KGB”.

La caída del comunismo encuentra a Alexis II como Patriarca, había sido elegido dieciocho meses antes, y supone un resurgimiento de la Iglesia ortodoxa rusa y un debilitamiento del control del Estado. No obstante, fue acusado por un comité de investigación parlamentaria, que examinó los archivos del KGB en 1992, y varios oficiales de inteligencia de haber sido reclutado como agente por la división estonia del KGB el 28 de febrero de 1958, poco después de cumplir 29 años, con el nombre en clave “Drozdov“. El patriarca afirmó que los informes que lo señalaban como “agente de la KGB” eran meras exageraciones de los compromisos que tuvo que hacer para lidiar con las autoridades soviéticas. Alexis II mantuvo muy buenas relaciones con el gobierno ruso, tanto con Yeltsin como con Putin, y se opuso radicalmente al cisma de la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Kyiv, que rompió sus lazos con el Patriarcado de Moscú en junio de 1992. Además, hay que mencionar a la Iglesia ortodoxa autocéfala ucraniana, fundada en 1921 y que sobrevivió a la Unión Soviética tanto fuera como dentro del país. Ambas Iglesias se unieron en 2018 como la Iglesia ortodoxa de Ucrania.

Alexis II falleció en diciembre de 2008, y su sucesor fue elegido el 27 de enero de 2009 entre tres candidatos: Kirill, Metropolitano de Smolensk y Kaliningrado, Kliment, Metropolitano de Kaluga y Borovsk y Filaret, Metropolitano bielorruso de Minsk. Los tres, según los archivos del KGB examinados en 1992, trabajaron para el KGB. Kirill fue identificado como el agente “Mikhailov”, Kliment como el agente “Topaz” (aunque hay menos evidencias en su contra) y Filaret como el agente “Ostrovskii”. Kirill, que fue elegido Patriarca con una amplia mayoría, trabajó para el KGB en Suiza mientras residía en Ginebra a principios de los años 70, oficialmente como representante de la Iglesia ortodoxa rusa en el Consejo Mundial de Iglesias (CMI). Su trabajo, según los documentos desclasificados citados por los semanarios suizos Sonntagszeitung y Le Matin Dimanche, era influir en el CMI, ya infiltrado por el KGB, para denunciar a Estados Unidos y sus aliados, y también a suavizar sus críticas a la falta de libertades religiosas en la Unión Soviética.

Bajo el mandato de Kirill, la Iglesia ortodoxa rusa ha reforzado su papel como un aliado fiel del Kremlin y de su presidente, y exmiembro del KGB, Vladimir Putin. Para el Patriarca de Moscú, “Putin salvó a Rusia del colapso” y su gestión de gobierno desde su llegada al poder es un “milagro de Dios”. Kirill apoyó la agresión rusa en el este de Ucrania en 2014, un hecho que debilitó la influencia del Patriarcado de Moscú y condujo finalmente a la formalización de la ruptura con la iglesia rusa cuando el líder espiritual de los cristianos ortodoxos orientales de todo el mundo, el Patriarca Ecuménico Bartolomé I de Constantinopla, reconoció la independencia de la Iglesia ortodoxa de Ucrania en una ceremonia en Estambul el 6 de enero de 2019.

Kirill también apoyó la intervención en Siria en ayuda de Bashar Al-ásad, una intervención que para el Patriarca estaba “justificada por tener un carácter defensivo”, y, de nuevo, el Patriarca de toda Rusia volvió a mostrarse un firme partidario de la política de Putin cuando el ejército ruso invadió Ucrania el 24 de febrero de 2022. “Hemos entrado en una lucha que no tiene un significado físico, sino metafísico”, afirmó en un sermón pronunciado el 6 de marzo en el que justificó la invasión para impedir el “exterminio” de los rusos leales en el Donbás y luchar contra el “pecado”. La postura del Patriarca ha sido secundada por la Iglesia ortodoxa rusa y, de hecho, de los aproximadamente 400 obispos de la Iglesia ortodoxa rusa ninguno se ha pronunciado en contra de la invasión, y sólo 300, la mayoría residentes fuera de Rusia, de los más de 40.000 clérigos, sacerdotes y diáconos del clero ortodoxo ruso, se han atrevido a hacer una declaración pública criticando la guerra.

La postura de Kirill fue un duro golpe para la iglesia ucraniana que permanecía leal al Patriarcado de Moscú y cerca de 400 parroquias rompieron lazos con la Iglesia ortodoxa rusa. El numero de comunidades que se han desvinculado de Moscú ha seguido creciendo ante continuas declaraciones en favor de la guerra y el atronador silencio de Kirill ante los crímenes de guerra cometidos contra los ucranianos, pero aún quedan cerca de 7.000 parroquias “vinculadas” a Moscú. El proyecto de ley aprobado por la Rada (Parlamento ucraniano) busca acabar con esa vinculación.

El proyecto de ley “Sobre la protección del orden constitucional en la esfera de actividades de las organizaciones religiosas” necesitaba 226 votos de los 450 diputados de la Rada, y consiguió el apoyo de 265. La ley, que entrará en vigor 30 días después de su publicación, concede hasta nueve meses a las instituciones de la Iglesia ortodoxa ucraniana para romper sus vínculos con el Patriarcado de Moscú, de no hacerlo, un tribunal decidirá su ilegalización.

No, Ucrania no está prohibiendo el cristianismo y no hay una motivación religiosa detrás del proyecto de ley contra la Iglesia ortodoxa leal al Patriarcado de Moscú. No es difícil de entender que Ucrania no permita en su territorio las actividades de una organización que colabora propagandísticamente con el Kremlin en su guerra de agresión, y que justifica o silencia los crímenes contra el pueblo ucraniano. Tampoco es difícil de entender, desde una perspectiva de seguridad nacional en medio de una guerra, que se prohíba una institución tan estrechamente vinculada a los servicios secretos del país que te está invadiendo. No, Ucrania no está prohibiendo el cristianismo, Ucrania está haciendo lo que ha demostrado que mejor sabe hacer: Defenderse.      

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