Miguel Ángel Quintana Paz: “Cada vez más gente disconforme con el mundo se da cuenta de que en lo católico hay herramientas para hacer frente a los retos actuales”
Miguel Ángel Quintana Paz es el director académico del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) de Madrid. Profesor del programa de posgrado Experto en Comunicación Social, de la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha sido Lonergan Post-Doctoral Fellow en el Boston College e investigador postdoctoral bajo la dirección de Gianni Vattimo en la Universidad de Turín. Entre sus libros se cuentan Sapere aude, o ¿cabe llamarnos aún ilustrados?; Reglas. Una introducción a la hermenéutica de manos de Wittgenstein y Sherlock Holmes; y Normatividad, interpretación y praxis. Es colaborador habitual del periódico digital The Objective, así como de los canales de televisión Trece TV, El Toro Tv, 7nn o Castilla y León TV.
Álvaro Peñas: En uno de sus artículos más recientes mencionaba el libro de Chantal Desol sobre el fin de la Cristiandad. ¿Estamos ante el fin de la civilización cristiana?
Miguel Ángel Quintana Paz: Estamos en un momento de serias amenazas contra la Cristiandad y, al mismo tiempo, un momento en el que la propia Cristiandad está maltrecha. La situación actual combina ambas dificultades; por una parte, la propia Cristiandad está desfalleciente, es decir, hay un cuestionamiento de la civilización, de la cultura cristiana, cada vez más fuerte desde el propio Occidente, en lo que podríamos englobar dentro de la mentalidad woke.
El wokismo hunde sus raíces en principios cristianos, cómo es la atención a las víctimas, pero los retuerce, los adúltera y los modifica. Y de una atención a las víctimas pasamos a una idolatrización de la víctima, de cada una de las víctimas, y a un fuerte incentivo al victimismo. En la Cristiandad, Dios mismo es víctima en la figura de Jesús, la víctima más inocente que es crucificada. En el momento en que quitamos a Dios de la ecuación, ese Dios que se convierte en víctima por nosotros se convierte en víctimas que se quieren hacer dioses, diosecillos e ídolos que reclaman desde su supuesto agravio una pleitesía absoluta, una adoración. Esto se constata en cosas como que algo propio de nuestra civilización, como el derecho romano, empieza a transformarse y empezamos a considerar que para algunos delitos no hace falta demostrar la culpabilidad, sino que tiene que ser el acusado, si no pertenece a los grupos no victimizados, el que demuestre su inocencia. O que la verdad absoluta sólo la poseen los que pertenecen a un grupo victimizado. Ya no somos todos iguales ante la ley, sino que algunos son superiores a los demás, y todos aquellos que pertenecen al grupo de victimizados tienen un mayor reconocimiento.
Y también lo vemos en la veta griega de nuestra civilización. Ese hilo que apuesta por la racionalidad y por la búsqueda de la verdad. La verdad tiene cada vez menos importancia, y lo único que importa es lo que más favorezca al grupo victimizado. En vez de lo racional, importan los emociones de compasión y empatía hacia los grupos victimizados y, por tanto, la empatía sustituye a la razón como virtud. La empatía está por encima de las virtudes de nuestra tradición clásica, como la justicia, la prudencia la templanza o la fortaleza entendida como coraje o valentía. Una virtud, el coraje, que ahora empieza a considerarse negativa porque hay que ser lo más connivente posible ante una ley o grupo que defienda los victimizados. Y, obviamente, en la veta judeocristiana lo que te he comentado antes, transformar el Dios que se hace víctima en las víctimas que se hacen diosecillos.
Este wokismo tiene características de una religión, por ejemplo con el fanatismo climático, y además no para de pedirnos actos de fe, como es negar la realidad que tenemos entre nuestros ojos.
Efectivamente. Aunque algunos son críticos con esta idea porque dicen que es una religión sin Dios, pero ya han existido religiones sin Dios, así que no es una novedad. Hemos hablado de las razones por las que la Cristiandad está desfalleciente, pero el otro requisito para que nos podamos plantear una situación de peligro es la existencia de amenazas, de alternativas. El wokismo es una amenaza interna que corroe y deconstruye nuestra civilización, pero a su vez construye la nueva. De ahí la expresión de Ratzinger de “dictadura del relativismo”. Un relativismo que socava nuestros fundamentos, pero que tiene un componente dictatorial, ya que en un momento va a dar paso a una dictadura más explícita de nuevos dogmas. Y luego está la amenaza externa del Islam, la idea de que hay una civilización con unas ideas diferentes sobre la relación entre los seres humanos, la igualdad entre los sexos, la relación del ser humano con lo divino, o la relación de lo religioso y lo político. El Islam se plantea como alternativa y cada vez está más presente en Europa y en Occidente. Si la cristiandad va poco a poco feneciendo será un recambio viable, como defiende Michel Houellebecq en Sumisión.
Desgraciadamente, lo que plantea Houellebecq es muy real. Muchas personas han perdido la fe en su civilización y se entregan a una civilización externa como es el Islam.
La deconstrucción puede producirse, y de hecho se produce, en individuos concretos, que sufren un momento de nihilismo, de vacío. Sin embargo, es más difícil pensar en toda una civilización en la que todo el mundo piensa que la vida no tiene sentido, que el bien y el mal dan un poco igual, o que todo es subjetivo. Que una civilización entera viva esos supuestos es bastante poco plausible y en cualquier caso no está constatado en ningún momento de la historia. En los individuos concretos sí, pero en el caso de las masas y los pueblos, los vacíos, como en el caso del mundo físico, tienden a llenarse. Por tanto, ese vacío como civilización puede llenarse con otra cosa y esa otra cosa puede ser perfectamente el Islam.
Aterrador, pero cierto, los huecos se llenan.
Se trata de ver la botella medio llena o medio vacía. Si somos capaces de ver todas estas cosas es porque las nociones que he mencionado antes tienen sentido. No nos resultan ajenas. Por ejemplo, la igualdad ante la ley o que todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario, son principios que no sólo conocemos sino que nos resuenan, y que nos pueden parecer buenos y positivos y que hay que defender. No digamos ya que la verdad importa o que la razón importa. Hay una gran capa de la población que conecta con estas ideas o, por ejemplo, con la idea de que los diosecillos no tienen que copar el lugar del anterior Dios, o que no tenemos que rendir pleitesía a cualquiera que se presente como víctima. Es decir, que le suena mal esta hegemonía de la victimización. Esa es la botella medio llena, la botella medio vacía es que cada vez hay más de lo otro.
Y es más consciente de su fuerza.
Eso es. Y sobre todo de la constatación de su fuerza, es decir, más implantación institucional. Y eso es terrible para una civilización. La importancia de Roma en la cristiandad es que la veta griega, si no fuera por Roma, se habría quedado confinada en oscuros seminarios de facultades de filosofía como una filosofía atractiva, pero que no habría permeado en la sociedad. Y lo mismo ocurre con la veta jerosolimitana. Roma la institucionaliza, da lugar a instituciones, a maneras de trabajar en la justicia y en los gobiernos, y a principios que se constatan en las constituciones. Si todo eso no se hubiera convertido en lo que es civilización propiamente dicha en el sentido de institución, se hubiera quedado en las catacumbas. En unos grupos igual de reducidos o más que los que he descrito antes para la filosofía griega. No sería lo que hoy entendemos por cristianismo, sino algo muy reducido.
No podemos entender lo cristiano sin Roma. Constantino es heredero directo del teólogo Orígenes o incluso de San Policarpo. Ya en los mártires, como Policarpo, se ve la idea de que la organización política importa. Policarpo dice explícitamente que es obediente a ella salvo en un punto, aquel que va en contra de Dios y le obliga a adorar algo que no puede adorar como cristiano. Esto también aparece en San Pablo, hay un reconocimiento de que la autoridad, lo institucional, la fuerza hecha derecho, lo romano, importa, y que lo deseable sería que eso no estuviera en contra de Dios, sino incluso que lo favoreciera. Por ejemplo, Orígenes, al que he citado antes, dice que es un gran acierto de la Providencia haber puesto a Jesús, haber puesto el mensaje cristiano, en medio del Imperio Romano, porque va a permitir que se expanda y que se acabe convirtiendo en algo universal, tal y como se entendía lo universal en aquel momento, que era el Imperio Romano. Es una idea que más que va más allá de la catacumba, del templo y de la comunidad de los muy creyentes, y quiere configurarse como la fuerza que organiza una civilización.
Hay que decir que la Iglesia de las catacumbas es un grupo muy organizado, que ya está montando una red que será en la que luego se apoyen Constantino y Teodosio. Y que será la red que después de los bárbaros va a sostener los restos del Imperio: una red de diócesis, de obispos, de instituciones y organizaciones de caridad, de atención a los pobres y a los enfermos. Toda una red jerarquizada. Por eso destaco la importancia de Roma, aunque hay que defender los tres elementos. Si no tienes una visión sólida filosófica sobre la verdad y la razón, el edificio se hunde como lo hizo la Roma imperial. Y si no tienes una percepción de lo moral y de lo religioso, también se hunde porque no basta con el pensamiento o las instituciones. Ese es el hallazgo de esos primeros siglos: saber combinar estas tres cosas que, desde entonces y durante 1.700 años, han constituido la civilización más estimable de toda la Tierra.
Ha mencionado las catacumbas. Parece que muchos cristianos quieren volver a eso, a esconderse bajo tierra, y al estar alejados del mundo y no defender sus creencias, están cediendo todo el terreno a los que quieren acabar con su fe.
Efectivamente, hay cristianos a los que les gusta el hecho de refugiarse en pequeñas comunidades. Psicológicamente, a algunos les resulta reconfortante pensar que son de los pocos elegidos que se mantienen a salvo de un mundo inmoral. Esto es poco católico. Es cierto que ha habido grupos a lo largo de la historia que han pensado así, pero no es la opción católica, aunque ahora muchos católicos actúen de ese modo. Y luego, es la opción cómoda porque puedes seguir con tu vida, estar en tu jardín epicúreo, mientras el mundo se hunde. Pero es una postura poco inteligente; es creer que si doy de comer al tigre, el tigre me dejará tranquilo. No sucede así. Al final, el Estado y las leyes entran en tu jardín e imponen su forma de pensar.
Teóricamente, es una postura que no responde al mensaje cristiano; es una manipulación de ese mensaje muy influida por el pensamiento progresista de los años 60 contra las instituciones y que muchos creen que tiene que ver con las primeras comunidades cristianas. Esto es una visión errónea del pasado porque cuando uno acude a los testimonios reales encuentra que esos cristianos no pensaban como hippies de los años 60, sino como romanos del siglo primero, segundo o tercero, y consideraban que mantener estructuras institucionales que favorecieran la justicia era bueno, y que el costo, perder pureza espiritual y contaminarse con el mundo, merecía la pena.
Sin embargo, a pesar de esa crisis de la Cristiandad, en uno de sus últimos artículos considera que el catolicismo está de moda.
Sí. Intenté que la expresión “el cristianismo está de moda” significase lo mismo que cuando leemos en una revista de tendencias de moda que se van a llevar un tipo u otro de pantalones. Es decir, nos señala una tendencia que a lo mejor luego no se vuelve mayoritaria, pero sí nos indica por donde van a ir las cosas. Se empieza a percibir que gentes distintas, desde muy distintos ámbitos, recuperan la importancia del catolicismo de una manera nueva, como siempre ocurre con las tendencias. La estadística nos muestra que en la franja más joven de la población, entre 18 y 23 años, había un repunte del catolicismo de 3 puntos, desde el 8 al 11. Es poco, porque son sólo 3 puntos, pero es mucho, porque es una subida del 33%. Y desde eso a otros fenómenos, porque cada vez más gente disconforme con el mundo se da cuenta de que en lo católico hay herramientas para hacer frente a los retos actuales.
¿Cree que está tendencia forma parte de lo que se está denominando como Revolución Conservadora?
Si, creo que hay conexiones obvias. Hay una revuelta contra el mundo moderno que toma muchas formas. Algunos acuden a elementos menos presentables o más cuestionables, como puede ser el islamismo o los sistemas totalitarios de los años 30, y a mi juicio están equivocándose. Pero en esa revuelta están los que acuden a los elementos de la Cristiandad, lo que no significa que la gente se haga creyente o vaya a misa, sino que, en vez de pensar en términos de cumplimiento moral o de fe interior, recurrirán a esos elementos presentes en la cultura, hegemónicos e institucionalizados. Por decirlo con una imagen: Hay gente que probablemente no irá a una iglesia cristiana a rezar, pero que defenderá con su vida que esa iglesia no sea destruida. Esos cristianos, que algunos llaman culturales y que aprecian la Cristiandad aunque no sean necesariamente cristianos, son la veta más prometedora para la defensa de nuestra civilización.
Photo of Miguel Ángel Quintana Paz: Chema de la Cierva
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