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Francisco José Contreras: “La regeneración de Occidente es la tarea histórica que debe asumir la nueva derecha”

2023-09-17
Tiempo de lectura: 10 min
Francisco José Contreras es catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla y ha sido diputado de VOX durante la última legislatura (noviembre 2019-julio 2023). Autor de numerosos libros entre los cuales se encuentran: “La batalla por la familia en Europa”, “Una defensa del liberalismo conservador” o “Contra el totalitarismo blando”. Su último libro, “Reflexiones sobre una Nueva Derecha’, es una obra conjunta con Vanessa Vallejo, Agustín Laje y Renato Cristin.

 

Álvaro Peñas: El libro plantea que hasta ahora la derecha no ha entendido la estrategia de la izquierda, pero ¿cree que la nueva derecha es consciente de que la izquierda woke es un cambio revolucionario que ha roto los viejos marcos políticos? 

Francisco José Contreras: Todo depende de lo que entendamos por revolución o viejos marcos. Lo que sí es cierto es que la derecha no ha tomado conciencia de hasta que punto la nueva izquierda ya no se preocupa principalmente de la economía y es post-socialista. Ha habido un desplazamiento del centro de gravedad desde los asuntos económicos -que fueron el epicentro de la de la polaridad derecha/izquierda del siglo XX  (capitalismo contra socialismo)- a los asuntos antropológicos, morales y culturales. La nueva izquierda es revolucionaria precisamente en esos terrenos: creo que la izquierda ha transferido su ímpetu revolucionario desde el sistema económico-político a las cuestiones del modelo de familia, hombres frente a mujeres, la convivencia de las razas, etc. La izquierda ha dejado de ser marxista en el sentido clásico y ahora sustituye la lucha de clases por la de razas, sexos y orientaciones sexuales. Esto eclosionó con la caída del muro de Berlín, que hizo patente el fracaso histórico del socialismo. En ese momento la izquierda tendría que haberse disuelto tras pedir perdón a la humanidad por los cien millones de muertos, pero lo que hizo fue reinventarse como feminismo radical, como ecologismo radical, como indigenismo, antirracismo, LGTBismo, inmigracionismo, y en eso estamos.  

Y a veces la derecha sigue comportándose como si lo importante fuese la economía, como si el epicentro de la confrontación entre derecha e izquierda fuese la cuestión de más o menos libertad de mercado. No lo es, y no digo que eso no sea importante, pero creo que no es el alma de la izquierda actual.

En cuanto a ser revolucionaria… si por eso entendemos la disposición a recurrir a la violencia para alcanzar sus objetivos: sí, eso se dio en la izquierda originaria, que aspiraba a la revolución violenta. Aunque muy pronto aparece otro sector que busca la transición al socialismo por medios pacíficos: el “revisionismo” de Eduard Bernstein. El paradigma de partido socialista gradualista, posibilista y respetuoso de la legalidad venía dado por el SPD alemán, que para 1914 había alcanzado nada menos que el 35% de los votos y más de 100 escaños. Tras la revolución soviética de 1917, de los partidos socialistas se desgajan facciones radicales que siguen aspirando a la revolución violenta, formándose así los partidos comunistas.

Esa dualidad entre revolucionarios y gradualistas vuelve a darse en cierto modo en la nueva izquierda woke. Aquí los métodos, la estrategia, no son violentos, aunque pueda haber episodios violentos, como lo ocurrido en Estados Unidos después de la muerte de George Floyd. Hubo muertos, barrios enteros devastados, miles de coches quemados, etc. O los disturbios franceses de este verano, que bien cabría calificar de “raciales”: no en el sentido de que fueran reacción a una discriminación racial -no existe discriminación racial ni en Francia ni en EE.UU.-, sino en el de que la izquierda ha atizado el victimismo racial hasta conseguir que inmigrantes de primera, segunda o hasta tercera generación se revuelvan contra el país que les acogió.

Pero si por “revolución” entendemos la radicalidad de sus objetivos, entonces la nueva izquierda sí es tan revolucionaria como lo fue la izquierda clásica. La izquierda clásica pretendía destruir nada menos que el mercado, una realidad milenaria; la nueva izquierda no quiere destruir el mercado, pero sí la familia, el matrimonio, la binariedad sexual humana o la igualdad ante la ley. Recordemos que en España existen tribunales sólo para hombres, existe un tipo delictivo que por su propia definición legal sólo puede ser cometido por hombre: esto se llama Derecho Penal de autor, y supone una involución a la etapa pre-liberal, cuando había tribunales sólo para nobles, etc., y los derechos y deberes legales variaban en función del estamento. Y también todo lo que tiene que ver con cuotas de sexo y raza, todo lo que tiene que ver con la sustitución de la meritocracia por la diversocracia. Ya no se accede a los puestos en virtud de los conocimientos o capacidades que se posean, sino en virtud del sexo, la raza o la orientación sexual a la que uno pertenezca, porque lo fundamental no es buscar la excelencia sino la diversidad. Todos estos son objetivos revolucionarios. 

Cuando le preguntaba por los viejos marcos me refería a que la izquierda woke abarca a todos, desde los socialistas a la extrema izquierda más radical, y ya no queda nada de esa izquierda con un mínimo de sentido común.

Pues sí, no hay una izquierda con sentido común. Esa idea de la izquierda sensata y dialogante es el mirlo blanco que muchos, incluso derechistas bienintencionados, querrían. Una izquierda civilizada con la cual poder interactuar, pero que no existe. Es como el “PSOE bueno” que algunos buscan en España. Igual que en el siglo XX se buscaba el socialismo democrático, que resultó ser un oxímoron porque allí donde los socialistas aceptaban la democracia dejaban de ser socialistas (lo del SPD alemán o los socialdemócratas suecos), y donde sí aplicaban el socialismo, no había democracia.

En el libro se menciona el principio de la realidad contra principio del placer. Esa búsqueda del placer por parte de la nueva izquierda va contra toda realidad, incluso biológica. Esa utopía, como enseña la historia, ¿no nos lleva al autoritarismo?

Sí, por eso he publicado hace poco un libro que se llama "Contra el totalitarismo blando". El título sorprende a muchos, y algunos me dicen que es una contradictio in terminis o que es una exageración. Pero lo que define al totalitarismo no es el uso de medios brutales para conseguir sus objetivos, sino los objetivos mismos, es decir, la pretensión de adoctrinar a toda la sociedad en una visión de las cosas, una ideología oficial, una pseudorreligión de Estado si se quiere, y el wokismo está funcionando como esa religión de Estado. No te mandan a Siberia o a la Gestapo, pero sí te expones a perder el puesto de trabajo, por ejemplo, que no es poco. O te expones a la muerte civil, a que te señalen como facha, racista, machista, homófobo, etc. Eso, que parece poco, basta para conseguir que millones se autocensuren; puede ser más eficaz, a efectos de uniformización de la opinión públicamente expresable, que el miedo a que te manden a Siberia. En la Unión Soviética hubo disidentes que se jugaban la vida, y eso creaba una mística de la resistencia, una épica de la resistencia heroica, pero frente a este nuevo totalitarismo blando no hay héroes.

El mayo del sesenta y ocho fue la gran explosión de algo que llevaba mucho tiempo gestándose y esta influencia de décadas la vemos ahora en una sociedad que es incapaz de distinguir lo bueno de lo malo. Incluso, por ejemplo, en algo tan evidente como la invasión de Ucrania, hay muchos, también en la derecha, que se ponen de parte del agresor. 

Sí, es algo que me inquieta mucho también y, efectivamente, hay una tentación autoritaria en cierta opinión de derechas por todo lo que estamos diciendo. Ante esta deriva woke del Occidente progresista y toda la destrucción que conlleva, se corre el peligro de, como dirían los anglos, “tirar al niño con el agua del baño”. Como la idea de derechos humanos se está volviendo absurda por ampliación infinita y porque cada semana se inventa un nuevo derecho (algunos aberrantes, como el aborto o el “cambio de sexo”), pues entonces tiramos a la basura la idea misma de los derechos humanos. Eso es un error, porque los derechos humanos clásicos, los verdaderos, siguen teniendo mucho sentido. Son precisamente la garantía de protección del ciudadano frente al totalitarismo siempre posible o la omnipotencia del Estado. Hay que seguir defendiendo el derecho a la vida, la libertad  religiosa, de expresión, de pensamiento y asociación, o la igualdad ante la ley. No podemos renunciar a la idea de derechos individuales por el hecho de que los woke se inventen un derecho absurdo cada semana.

Lo mismo vale para el capitalismo. Es verdad que las grandes corporaciones sacaron un comunicado de apoyo a Black Lives Matter cuando lo de George Floyd y que todas tienen un departamento de diversidad dedicado a demoler la meritocracia y sustituirla por la diversocracia. O que en Coca Cola de EE.UU. se obliga a los empleados a hacer cursillos sobre “cómo ser menos blanco”: ser menos blanco significaría “ser menos arrogante, menos rígido, menos seguro de sí mismo”, es decir, se asocia ser blanco con la arrogancia, la opresión y el “privilegio blanco”: ¡eso es racismo de manual! Eso es lo que tenemos ahora, pero la solución no es renegar del capitalismo, que ha sacado de la miseria a miles de millones de personas en unas décadas; lo que hay que hacer es revertir la wokización del capitalismo. Y si alguien tiene dudas, que compare Corea del Norte con Corea del Sur: un experimento histórico-político perfecto de aplicación en el mismo país de capitalismo y socialismo en dos mitades del territorio. Setenta años después, Corea del Sur tiene una renta per cápita cincuenta veces mayor que Corea del Norte.

Y lo mismo que hemos dicho de los derechos o del capitalismo, se puede decir del alineamiento internacional de España. El anti-Otanismo y el antiamericanismo son un error. Estados Unidos, con todos sus defectos, sigue siendo la potencia mundial más afín a nosotros, y eso a pesar de su presidente y de un partido Demócrata totalmente pasado al wokismo. Aunque se estén deteriorando las libertades clásicas, allí siguen mucho más vigentes que en otros sitios. Sigue habiendo mucha más libertad en el Occidente woke que en la Rusia de Putin, en la China de Xi-Jinping o en el mundo islámico, sus alternativas geopolíticas. Con todos sus problemas y toda su decadencia, yo me quedo con el Occidente actual para intentar restaurarlo o regenerarlo desde dentro. No voy a caer en idealizar a tiranos, porque la existencia del totalitarismo blando no significa que no siga existiendo el totalitarismo duro en el resto del mundo. 

¿No cree que el fondo del problema es que los occidentales han perdido la fe en Occidente?

Sí, totalmente. Y creo que la regeneración de Occidente es la tarea histórica que debe asumir la nueva derecha. Y eso no se conseguirá imitando a los enemigos de Occidente, como Putin o Xi-Jinping. En mi contribución al libro colectivo “Reflexiones para una Nueva Derecha” expongo mi visión sobre en qué puede consistir la aspiración de la nueva derecha: creo que hay que buscar un equilibrio entre los ingredientes conservadores, liberales e identitarios o patrióticos, sin que ninguno de ellos se absolutice sobre los demás. El equilibrio es fundamental. Liberalismo, conservadurismo y patriotismo son no sólo compatibles, sino complementarios. 

¿Dónde ve mejor representada esa nueva derecha?

He sido diputado de VOX hasta hace nada; sigo en VOX, sigo creyendo que VOX es una plasmación muy acertada y equilibrada de los ideales de la nueva derecha. Frente a los que dicen que “ha dejado de ser liberal”, creo que VOX combina las tres inspiraciones: liberal, conservadora y patriótica. En el programa que presentó VOX a las últimas elecciones generales seguía figurando el compromiso de reducir drásticamente el impuesto de sociedades o el de la renta, menos regulaciones, reducción del Estado, menos presión fiscal. Y por supuesto, la garantía de los derechos fundamentales, que eso es también liberalismo, como la igualdad ante la ley profanada por las leyes de género. VOX sigue combinando una inspiración liberal en estos temas con una posición conservadora en la defensa de la vida o la familia. Es el único partido que habla con claridad sobre nuestro suicidio demográfico y sobre la necesidad de recuperar natalidad - porque estamos 45% por debajo del reemplazo generacional- y que la solución para la crisis demográfica no es abrir las fronteras a la inmigración masiva. Una inmigración que, como hemos visto en otros países europeos, trae problemas de incompatibilidad cultural y es imposible de asimilar. Y la inspiración patriótica en la reivindicación del Estado-nación como el marco ideal para la praxis liberal-conservadora y para la democracia. Para que la democracia funcione es necesario un mínimo de homogeneidad cultural en la sociedad. Hay muchos ejemplos históricos de que la democracia no funciona en una sociedad demasiado diversa. Así que creo que VOX aglutina las tres inspiraciones de la nueva derecha con bastante acierto. También tenemos buenos ejemplos de nueva derecha en Gobiernos de Europa como el de Morawiecki en Polonia o el de Orban en Hungría, o el de Giorgia Meloni en Italia, y ahora los nuevos candidatos en Hispanoamérica, como Javier Milei en Argentina o José Antonio Kast en Chile.

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