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Alejandro Peña Esclusa: “El arte clásico es una forma de evangelizar a través de la belleza”

2024-03-08
Tiempo de lectura: 5 min

Si puedes convencer a una persona de que un urinario es una obra de arte, también lo puedes convencer de que hay cien géneros.

Entrevista con Alejandro Peña Esclusa, ingeniero, escritor, analista y consultor político. Pionero de las primeras protestas en su país en contra del régimen chavista, fue encarcelado durante un año en El Helicoide (una prisión tristemente conocida por sus torturas) y hoy es un exiliado político. Experto en el Foro de Sao Paulo y la influencia del marxismo cultural, es autor de varios libros sobre estos temas. Hablamos de su último libro: “Arte Clásico y Buen Gobierno”.

Alvaro Peñas: Acaba de publicar un nuevo libro. No es el primero que trata el marxismo cultural, pero en este libro parte de un enfoque distinto.

Alejandro Peña Esclusa: Así es, y estoy encantado con este trabajo que ya se ha publicado en español, inglés, muy pronto también estará en portugués, y la semana que viene lo presento en Hungría. Hay muchas denuncias contra el progresismo, también conocido como marxismo cultural o wokismo, pero mi aporte no va encaminado sólo a combatirlo, sino a ofrecer una alternativa. No basta con decir qué es el marxismo cultural y decir no a la ideología de género, el multiculturalismo o el indigenismo, pero ¿cuál es la oferta cultural de la derecha? Eso es lo que planteó en este libro, además de proponer políticas para llevar adelante esa propuesta cultural. La izquierda, en cuanto llega al poder, inunda todo de su marxismo cultural, con libros y programas de estudio. Pero la derecha no, porque carecía de un proyecto cultural y sólo se preocupaba de la economía y la infraestructura. Ya es hora de que eso cambie.    

Para ello plantea volver al arte y la música clásica, a lo mejor que ha dado Occidente.

Sí, porque antes de que un estudiante termine sus estudios, tiene que aprender lo que ocurrió en el pasado, a los maestros y fundadores de su materia. Los nuevos artistas tienen que basar el futuro estudiando bien a los autores clásicos y crear, con los mismos valores, nuevas obras de teatro, esculturas, pinturas, edificios, etc. La cultura clásica tiene valores. El primero es que Dios existe; segundo, el hombre está hecho a su imagen y semejanza y, por tanto, no es un animal inteligente, sino un ser con un alma inmortal; tercero, hay verdades universales inmutables y eternas, es decir, verdades que se aplican en todas las épocas y en todas las sociedades, y que no cambian. Verdades que, como decía Cicerón, están inscritas en el alma humana.

Esos valores están imbuidos en el arte clásico, y esto hay que enfatizarlo porque el progresismo parte de antivalores que son exactamente los contrarios: Dios no existe, el ser humano es un animal inteligente sin alma inmortal y las verdades no existen, sino que son relativas. Partiendo de esos antivalores, que además son falsos, se construye un edificio ideológico cuyos últimos pisos son la ideología de genero y otras aberraciones actuales. El daño y la confusión causadas por estos antivalores son tan grandes que han inundado de pesimismo a la sociedad y vemos como la gente ya no quiere tener hijos o como los jóvenes temen la catástrofe climática y sólo viven en el presente. Se ha perdido la alegría de aquel optimismo, aquella belleza, aquella esperanza en el futuro que existía anteriormente. Mi propuesta es que toda esta confusión y muchos de los problemas que sufre la humanidad son producto del marxismo cultural, y para contrarrestarlo hay que regresar a los artistas clásicos.

Se dice que el arte de una civilización es una prueba de sus logros. Ahora se considera una obra de arte a cualquier cosa, basta con que alguien lo perciba de ese modo. Esto es wokismo puro y duro.

Desde luego, y hay que enfatizar que todo esto es un proyecto deliberado de la izquierda. Aunque hubo diferentes iniciativas para demoler los valores cristianos y occidentales, comenzando por Gramsci, la escuela de pensamiento más poderosa fue la de Frankfurt. De esa escuela, Walter Benjamin y Teodoro Adorno se dan cuenta de que el arte es una herramienta fundamental para destruir los valores occidentales, porque el arte, como dice Federico Schiller, llega más fácilmente a los corazones de la gente a través de la emoción, lo que lo convierte en una herramienta de adoctrinamiento para el bien o para el mal.  

Adorno, en su libro sobre las teorías de la nueva música, dice que la música atonal de Arnold Schoenberg es equiparable a la de Beethoven. Basta escuchar a Schoenberg para ver que no hay ritmo, armonía ni belleza, y que no hay comparación con Beethoven. De Schoenberg se creó una escuela de la que surgieron músicos y arquitectos que desarrollaron un arte irracional. Uno de los ejemplos más claros de este arte es el “urinario” de Marcel Duchamp. Es un urinario de baño, nada más y nada menos, que es considerado por 500 artistas la obra más importante del siglo pasado. Esta fealdad es una herramienta para degradar los valores e infundir en la sociedad el pesimismo y la irracionalidad, porque si puedes convencer a una persona de que un urinario es una obra de arte, también lo puedes convencer de que hay cien géneros. Si el arte pierde coherencia y se vuelve irracional, lo mismo ocurre con el pensamiento filosófico.

Si todo es arte, el arte deja de tener sentido.

Claro, pero en la época clásica eso no era así. Los hombres del Renacimiento eran científicos y artistas, y un hombre como Brunelleschi tardó 16 años en construir la cúpula de la catedral de Florencia, o las obras de Miguel Ángel también necesitaban años. Había una coherencia, un objetivo, un plan, y todo ello estaba vinculado a los valores. La literatura de Cervantes o de Dante expresaba que Dios existe, que el hombre está hecho a su imagen y semejanza, y que existe el bien y el mal. Hay que retomar los clásicos, ya sea el Clasicismo, el Siglo de Oro español o el Cinquecento italiano, estudiarlo, enseñárselo a los jóvenes, y a partir de ahí que se hagan políticas para promover esa expresión artística que tenía valores.

En Hungría, y también en Polonia, se han rehabilitado edificios que tenían un estilo tristemente soviético a un estilo clásico. Esto crea ciudades mucho más agradables para vivir, ¿es lo que, en todas las áreas artísticas, propone en su libro?

Hubo un tiempo en que la belleza, el bien y la verdad eran manifestaciones de lo mismo. La belleza es una herramienta para enaltecer al hombre y tiene unos parámetros, como la armonía o el ritmo. Debe ser nuestra herramienta para combatir al marxismo cultural, porque la belleza hace que el hombre experimente lo sublime, lo divino. Frente a los antivalores hay que contraponer la belleza, el amor, el bien y la verdad, y el arte clásico une estos cuatro factores. En mi libro hago un recorrido por las diferentes manifestaciones del arte clásico, empezando por una definición de Schiller de lo que es la belleza, continua con la Divina Comedia de Dante, que es un programa moral para el ser humano, y luego abordo la literatura y el teatro, Shakespeare y Cervantes. También la música, el Réquiem de Mozart, la ópera “Nabucco” de Verdi y la única opera que escribió Beethoven, “Fidelio”. Y, por supuesto, la pintura, “La escuela de Atenas” de Rafael Sanzio, con un capítulo final dedicado a Brunelleschi y a la cúpula más grande del mundo hecha con mampostería. Tras este recorrido, resumo que cada una de estas obras tiene los valores antes mencionados, y de los que se derivan todos los demás, como el valor de la vida o de la libertad. Frente al progresismo, ofrecemos este tesoro que hemos olvidado en nuestra civilización occidental. 

Hasta el punto de que hemos olvidado la diferencia entre el bien y el mal. ¿Puede el arte acabar con la podredumbre moral que corroe a Occidente?

Sí, estoy convencido de ello, porque el arte clásico es un auxilio para la moral, una herramienta para que la moral cristiana permanezca intacta. El arte clásico es una forma de evangelizar a través de la belleza.

Espero que los gobiernos de derecha recojan el guante y comiencen a hacer políticas culturales, y que, en vez de adoctrinar a los jóvenes con el sexo como hace la izquierda, se enseñe la belleza, la diferencia entre el bien y el mal, y que cuando sean adultos no puedan ser manipulados por la corrupción del marxismo cultural.  

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