En Braveheart, la aclamada película de Mel Gibson, el infame rey inglés, Eduardo “Longshanks” se reúne con los principales nobles del reino para decidir cómo abordar el control de Escocia. Longshanks decide reinstaurar la “prima noctae”, en la que el noble tiene derechos carnales en la noche de bodas de cualquier plebeya que se case en sus dominios, para conseguir “la clase de nobles que queremos para Escocia”.
Esta historia, reflejada en la película, es un mito, pero estaba destinada a mostrar hasta dónde estaba dispuesto a llegar Longshanks para acabar con sus enemigos, inundando su territorio con la peor clase de hombres. Una táctica que se ha repetido una y otra vez a lo largo de la historia y, aunque en los territorios ocupados por Rusia en Ucrania, Vladimir Putin no ha impuesto la “prima noctae” en favor de sus oligarcas favoritos, sus fuerzas cometen a diario crímenes de guerra: fosas comunes, el uso de la violación como arma de guerra, las torturas, etc. Rusia está enviando a Ucrania la peor clase de hombres.
El reclutamiento de presos ha sido una de las claves para conseguir la carne de cañón necesaria para mantener la presión en el frente, un reclutamiento iniciado por el grupo Wagner en 2022 y seguido por parte del Ministerio de Defensa a principios de 2023. Después del “accidente” de Prighozin y el desmantelamiento de Wagner como ejercito privado, el reclutamiento de presos ha aumentado vertiginosamente y, dos años después del inicio de la invasión, Rusia se ha visto obligada a cerrar cárceles porque la mayoría de sus reclusos han sido enviados a combatir a Ucrania. En octubre de 2023, el viceministro de Justicia de Rusia, Vsevolod Vukolov, reveló que la población reclusa rusa era de 420.000 presos en febrero de 2022, pero que había descendido hasta 266.000 prisioneros: “Si hace 10 años los reclusos en nuestras prisiones llegaban casi a los 700.000 individuos, ahora tenemos a unos 266.000 en las colonias correccionales”. Teniendo en cuenta que Wagner reclutó a unos 50.000 presos, el Ministerio de Defensa ruso ha multiplicado esa cifra por dos. Para Olga Romanova, directora de la organización de derechos humanos, Russia Behind Bars, declarada “agente extranjero” por el gobierno ruso en mayo de 2020, “es una cifra sorprendente. Había 420.000 prisioneros al inicio de la guerra, y sabemos que Prigozhin cogió a unos 50.000. Esto quiere decir que el Ministerio de Defensa seguramente ha reclutado a unas 100.000 personas para la guerra”.
Nada nuevo en Rusia. Durante la Segunda Guerra Mundial, Stalin, tan admirado por los ocupantes actuales del Kremlin, reclutó a cientos de miles de prisioneros del GULAG para enviarlos al frente. También fueron liberados los sacerdotes ortodoxos. La Iglesia ortodoxa rusa, que había sufrido una persecución criminal por parte de las autoridades comunistas, fue rehabilitada para ayudar al esfuerzo bélico bajo el control absoluto del Estado. Una relación que se ha mantenido hasta el día de hoy.
Hay otras similitudes entre Vladimir Putin y el villano Longshanks de Braveheart. Además de los accidentes que sufren todos aquellos que no son de su agrado, por ejemplo, cayendo desde una ventana como se muestra en la película, ambos muestran un absoluto desprecio por la vida de su pueblo. En la película, durante la batalla de Falkirk, Longshanks ordena a sus arqueros disparar al combate entre su ejército y los escoceses porque “las flechas también matarán a los suyos. Tenemos reservas”. Ignorar las bajas por contar con un mayor número de hombres tampoco es nada nuevo, y fue una de las tácticas más empleadas por el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora lo vemos en Ucrania, y la toma de Bajmut y Adivka son una prueba del desprecio del mando ruso por la vida de sus hombres.
Sin embargo, Rusia no es la Unión Soviética de la Segunda Guerra Mundial, en la que la media de edad estaba en los 16 años, y, como Ucrania, sufre una grave crisis demográfica. Tiene mucha mayor población, sí, pero no puede permitirse los sacrificios de antaño y las nuevas movilizaciones son muy impopulares debido a las enormes bajas sufridas por las fuerzas de Putin. Pavel Gubarev, el autoproclamado “gobernador popular” de Donbás en 2014, afirmaba en octubre de 2022 que los ucranianos eran rusos poseídos por el diablo y que había que convencerles o, de lo contrario, “exterminar a 1 millón, 5 millones o a todos ellos”. Después de servir en la “operación militar especial”, sus opiniones le hacen candidato a caerse desde una ventana: “Creo que, en general, cuando nos enteremos de nuestras pérdidas irrecuperables, a mucha gente se le pondrán los pelos de punta. Ahora no se puede hablar de este asunto, no se puede pensar en ello, pero hará que a todos se les pongan los pelos de punta”. Estas palabras explican el significativo aumento en el reclutamiento de presos, e incluso la llamativa presencia de soldados extranjeros, como cubanos o africanos, para paliar las “pérdidas irrecuperables”.
A finales de marzo, el voluntario polaco Piotr Mitkievicz, que combate en Ucrania con la Legión Internacional desde mayo de 2022, dio varias entrevistas a los medios de su país y explicó el modus operandi del ejército ruso en el frente: “En el ejército ruso, los soldados se dividen en más útiles y menos útiles. En la primera oleada se envía a los menos útiles con un buen soldado al mando, que se retira a mitad de camino y el resto no vuelve. Luego llega la segunda oleada, donde hay tres soldados entrenados que quizá vuelvan. Una vez que han localizado nuestras posiciones, la artillería abre fuego y luego atacan los soldados entrenados”. Con semejantes tácticas, no es de extrañar que Rusia haya iniciado una nueva movilización de 150.000 hombres que, según ha puntualizado el Kremlin, “no serán enviados a Ucrania”, algo muy difícil de creer. La intención del Ministerio de Defensa ruso es la creación de dos nuevos ejércitos de armas combinadas, junto con 14 divisiones y 16 brigadas a lo largo de este año, unas fuerzas que no sólo estarán destinadas a Ucrania, sino también a las fronteras con los países de la OTAN. Pero no hay de que preocuparse porque “Rusia nunca ha atacado a nadie a lo largo de su historia”, como afirmó el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, cuatro días antes de que cerca de 200.000 soldados rusos invadieran el territorio ucraniano.
Braveheart muestra toda una serie de personajes a los que se puede definir como la peor clase de hombres. Algunos, como la soldadesca y sus señores, matan, saquean y violan, y otros, como Longshanks y su Kremlin particular, carecen completamente de escrúpulos. Pero la peor clase de hombres no sólo está en los villanos de la película, porque en el bando de los buenos, mientras los enemigos acechan, los nobles no son capaces de ponerse de acuerdo ni de tomar una decisión. “No serían capaces de ponerse de acuerdo ni en el color de la mierda”, gruñe uno de los lugartenientes de William Wallace desesperado ante los debates estériles y la inacción, y, de hecho, algunos de esos indecisos no dudarán en dejarse comprar por el enemigo, convirtiéndose en traidores. “Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral”, escribía Dante Alighieri a principios del siglo XIV. Nada ha cambiado desde entonces, y aquellos que pretenden la neutralidad ante el mal también pasarán a la historia como la peor clase de hombres.
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